Conspiración contra el silecio.

Mtro. Raúl Mejía.


Prólogo.

Palabra: aquella que expresa la sencillez, los sueños y los pensamientos de quien la vive, de quien la siente y, quien sin saber cuál será su destino, la regala. Alicia Guzmán.

Un día el hombre descubre el mundo, se asombra de su pequeña participación en él, y se torna preocupado -se podría decir que hasta desesperado-. Es entonces cuando busca una puerta, una trinchera y, casi sin percibirlo, su angustia lo alcanza en la soledad. Así pues, nace -quizás renace- la conjunción con la palabra, que conduce a la sencillez del dar y recibir, base indispensable del crecimiento.

Luego los hermanos de intelecto, de ideas, de sentimientos y percepciones, y con ello el avance, el desarrollo, la eterna búsqueda de lo verdadero.

La palabra, esa que surge de la más noble intención de llevar impresiones y sentimientos a otros, que nace como ayuda al que busca, al que necesita y ama el construir infinito. La pureza de la palabra, ese pacto entre lo que se dice y oculta.

El amor a la palabra bella, producto del pensamiento, transmite un mensaje que aspira a la trascendencia; su magia, su danza, su ir y venir, conduce inevitablemente al devenir; siendo uno de los mensajes plasmados por el autor. Mensaje que a través de extraños caminos se acerca al otro, encontrando con probabilidad algo en común con el autor de Conspiración contra el silencio, o quizá con el mensajero.

El placer del pensamiento que en la palabra aparece y en la lectura reverdece, es preocupación constante para lograr la trascendencia del ser humano, por su nueva "temporalidad" y la necesidad de insistir en la honestidad de la palabra.

Llega finalmente al descubrimiento de la fuerza de su representatividad, lectura que refleja el verdadero amor por la palabra... y lo que hay detrás de ella.

Alicia Guzmán.
Agosto 26 del 2002.

Conspiración contra el silencio.

“En el discurso que debo pronunciar y en todos aquellos que, quizá durante años, habré de pronunciar aquí, hubiera preferido poder deslizarme subrepticiamente. Más que tomar la palabra, hubiera preferido verme envuelto por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me hubiera gustado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una voz sin nombre desde hacia mucho tiempo: me habría bastado entonces con encadenar, proseguir la frase, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento, ininterrumpida. No habría por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quien procede el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el punto de desaparición posible. 

Me habría gustado que hubiese detrás de mi (habiendo tomado desde hace tiempo la palabra, repitiendo de antemano todo cuanto voy a decir) una voz que hablase así: hay que continuar, no pudo continuar (sic), hay que decir palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta que me encuentren, hasta el momento en que me digan - extraña pena, extraña falta, hay que continuar, quizá ya está hecho, quizá ya me han dicho, quizá ya me han llevado hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que me abre ante mi historia; me extrañaría si se abriera. 

Pienso que en mucha gente existe un deseo semejante de no tener que empezar, un deseo semejante de encontrarse, ya desde el comienzo del juego, al otro lado del discurso (...)”. Michel Foucault, 1987.

Advertencia.

En la oscuridad, en medio de la danza de tantas palabras, angustiado ante su inminente desnudez, se escuchó agonizante: no me leas. No me leas, porque para descubrirme hay que llegar a la imaginación, donde se confunde con la locura y el pensamiento palidece ante su propia muerte. Continuó hablando: estás ante el simulacro de la palabra pensada, que como dice Michel Foucault, impone su interpretación, desea, busca y procura efectos. 

Se trata de una conspiración contra el silencio. Soy el mismo pensamiento que ante su irremediable desnudez, hace evidente la construcción de la palabra. 

Bienvenido a la conspiración contra el silencio -aparente- de quien en realidad “piensa”. Es el pensamiento, que en la medida que es ser y tragedia, conspira irremediablemente contra su propio silencio convertido en lenguaje. 

Del pacto. 

“(...) El discurso en su realidad material de cosa pronunciada o escrita, existen poderes y peligros difíciles de imaginar (...) inquietud al sospechar la existencia de luchas victoriosas, heridas, dominaciones, servidumbres a través de tantas palabras (...)”. Michel Foucault. 

Debo decir que estas palabras no se escribieron para nadie; en realidad nunca tuvieron un interlocutor. En el original consultado, no existe indicio alguno del posible escritor, mucho menos aparece el nombre de su destinatario. Todo fue un supuesto, una invención en momentos de agonía, de locura donde pensamiento y palabra fueron cómplices. 

Por lo anterior, advierto al posible lector, no intente cruzar el umbral en donde habita el mensaje y trate de develar, no lo que dice, sino lo que oculta, mucho menos trate de indagar quién es el autor intelectual del texto. Nunca existió. Habla la palabra misma como expresión del pensamiento. 

Advierto, además, que el lector puede quedar atrapado en las redes imaginarias del lenguaje, de palabras profundamente sutiles, llenas de significados, intencionalidades y dispositivos de poder. Si a pesar de la advertencia, se impone el deseo de aventurarse en lo prohibido, la responsabilidad y riesgo corren por cuenta propia. 

Si se aceptas el pacto, ¡adelante!. 

La palabra bella. 

“A la mano se le reserva un papel privilegiado más que ninguna a otra parte del cuerpo, la mano expresa el pensamiento”. Pierre Zucca. 

Me declaro ferviente admirador de la palabra bella, de aquella que nos embruja en el mismo acto de leerla; atrapa primero nuestra mente y luego nuestros corazones; palabra que en la medida que es recorrida –leída- causa un placer extraño e irresistible, arrastrándonos hacia su sentido: todo lo que somos o representamos. 

La palabra bella es como un espejo mágico donde se trasluce toda nuestra vida o sólo una parte como aspiración en el mundo. La palabra bella es propia entre parientes intelectuales[1]; es por eso que la busco siempre, no importa que no sea yo quien la pronuncie o la escriba, a veces es un poeta, un intelectual, un crítico, el escritor, el comunicador, un literato, un político, el autor de una canción, un revolucionario. Por todo eso, donde identifico la palabra bella, la leo; asombrado ante el despliegue de su espectáculo y efectos, intento nutrirme de ella y la difundo para mantenerla viva como el fuego. 

Defino la palabra bella como, aquella que no se confunde con la común, más bien, la que siempre sale airosa porque es pensada, porque dice algo y reta al posible lector a entrar en ella, permanecer si acaso sólo un instante y hacerla suya - placer, la mayor parte de las veces, engañoso en mi opinión -al tener el posible lector, la sensación de haber comprendido su significado; placer que tiene como antitesis el deseo del propio escritor - quizá debería decir artesano de la palabra -, el que siempre muere solo, porque su obra es laberíntica, enigmática y no puede abarcarse del todo, sino solamente una parte, un poquito, un instante fugaz pero a la vez eterno. Esa es la máxima del porqué considero que somos viators infatigables - viajeros infatigables • que producen lenguaje y cultura en el tiempo. 

La palabra bella es a la vez pensamiento indescifrable, indescriptible; comunicable en parte sólo para quienes tienen algún motivo para entrar en ella, es como una de esas citas extrañas que nos dispone la vida y que es casi imposible no asistir a ella, sobre todo cuando el escritor contadas veces- se convierte en el anfitrión, es decir, permite penetrar en la intimidad de su mundo, en el desnudamiento de lo que es, de su historia, de su pasión, de sus deseos; es el umbral donde tiempo y espacio poseen otras reglas con las que es posible construir, si queremos, un espectáculo imaginario con elementos mínimos de la realidad, apartarse de ella y tener la libertad de recrear, crear y satisfacer nuestro propio imaginario. Así, deseo y lenguaje escenifican una trama al infinito. La palabra bella es un acto político de libertad y de creación, pero también de recreación e invención de uno mismo y de la realidad. Por eso, la palabra bella tiene algo de mágica, es muy humana y expresa el ánimo de una lucha dialéctica, sencillamente porque cuando es leída, es reinventada y su significado se pluraliza. Por el contrario, una palabra pronunciada y no descubierta es una palabra que en su exilio agonizante, irremediablemente se expone a la extinción definitiva. 

Confieso que mi delirio por la palabra bella se acompaña de una gran debilidad, no soy un escritor que cuente con sofisticados elementos para recrear la realidad de una manera casi mágica y concientizadora como Bataille, Kiossowski, Roussel, Blanchot, Ángel Gabilondo, Borges, Fuentes, Paz, Cohete, Rulfo, Vasconcelos, Sabines, Freire, McLaren, Havel, Foucault, y muchos otros portentosos que viven en la historia o han pasado gloriosamente por ella. Por el contrario, solamente veo los sucesos que me inspiran y provocan esa extraña sensación de “ver”. 

Leer y escribir; ver, leer y escribir como dialéctica del deseo infatigable que expresa una necesidad básica de la existencia, como afirma Freiré “(...) escribir para mi es dar significado al estar y actuar en el mundo.”.[2] para quienes han expresado todo este tiempo el gusto por mis letras y me interrogan acerca de cómo hago para escribir, espero no desencantarlos con tal simpleza. 

No saben ustedes lo que yo daría por tener la virtud, por ejemplo de Carlos Castañeda, a quien le brotaba en la mirada, en la palabra escrita y en el consejo, la sabiduría que da el paso por la vida; él se nutrió del conocimiento arcaico que obtuvo de su Maestro, el brujo Juan Matus, del Estado de Sonora. 

De Castañeda nunca supimos de dónde vino, cuándo partió y dónde se fue. Partió muy despacito, en silencio casi imperceptible, sin pena ni gloria, fue fugaz, invisible. Así deseo el encuentro con la muerte, sin llanto, sin pena. Si acaso la palabra como alegría y fiel testigo. 

Castañeda heredó a la humanidad su pensamiento mágico, humano, bello, enigmático, misterioso, original, desafiante, porque para entrar en contacto con la “otra realidad” debería superarse a si mismo y al tipo de conocimiento que él representaba. 

Los relatos de Castañeda están llenos de sabiduría y su obra es equiparable a la singular belleza, a todas luces latinoamericana de obras portentosas como la de “Pedro Páramo” y “El Llano en Llamas” de Juan Rulfo. 

De la construcción artesanal de la palabra. 

“La perversión consiste en excitarse por lo que no está ahí”. Michel Foucault. 

En la construcción de la palabra bella; la parábola y la ficción son ingredientes indispensables, como el café que me acompaña en la oscuridad de la noche, la madrugada o el aviso sorpresivo de un nuevo día. 

En la oscuridad, el pensamiento es fortaleza equiparable a un río nutriente y vivificante, adquiere el espíritu de un judío errante, de un guerrero que cabalga regiones enteras en zonas de palabras dichas y de las que aún están por decirse, a veces sale victorioso, agazapado; en ocasiones espera paciente el momento de la invención, es agorero porque puede adelantarse también a los acontecimientos ficticios o reales. 

Por la noche, el pensamiento es como el guerrero en lucha, puede caer malherido; es marginal, escandaloso, delirante, mimético; en momentos de la noche se acerca peligrosamente al delgado hilo que separa la genialidad de la locura; es impaciente, esperanzador, ansioso de utopía; riguroso consigo mismo, irónico de su desdicha y de su propia obra; lúcido en los segundos de creación; valiente y fatigado de recorrer las zonas del lenguaje todavía inexpugnable. El pensamiento es pasado y presente; pero sobre todo, es trascendencia. 

El pensamiento se asombra ante el espectáculo que le causa su propia creación; es inmortal siempre porque guarda el ánimo de esperar una nueva noche y, continuar su eterna y fecunda labor de producción; fiel siempre porque para el escritor representa el amigo incondicional con el que puede dialogar y confesar en el instante su pena y su gloria. 

El pensamiento es paciente en los momentos de larga espera, entre la fertilidad de la oscuridad y la promesa de un nuevo día, entre el destinatario imaginario o real, que sin saber dónde está y cuándo vendrá, conocerá el fruto de la noche y que es a la vez, motivo para continuar con un inmenso goce la búsqueda incasable de nuevas palabras aún por decirse y descifrarse. El pensamiento es esperanza inagotable de describir y transformar el mundo al otorgarle nuevo significado. 

Ojalá algún día pueda -antes que la muerte reclame mi cuerpo para cuidarla allá debajo de la tierra-escribir siquiera por un momento como los portentosos que han pasado por el mundo; deseo, alguna vez, se me permita  expresar cómo vi la vida en mi ; corta estancia. Aunque sea un poquito nada más “(...) escribir para no morir”, decía Blanchot en la cita que hace Michel Foucault y para hablar sobre el lenguaje al infinito (...)”.[3] 

La irrupción del lenguaje como conspiración contra el silencio. 

“Si el lenguaje, es silencio, entonces, la intimidad no es ninguna mayor posesión”. Blanchot. 

Del encadenamiento de aquellas palabras -mejor dicho de esos pensamientos- surgió aquellas noches un diálogo; hasta hoy, no precisado con quién. 

En la oscuridad de esos días, el deseo se transformó en mirada abierta al pensamiento y describió la realidad; pero la locura de la realidad hay que describirla con otras palabras - no se puede decir todo -, hay que decir aquellas que se oculten en la locura misma del lenguaje; por eso dice Michel Foucault “la historia de la locura es la historia del lenguaje”.[4] 

Así, la irrupción del lenguaje como conspiración del silencio puede ser ilustrada en un breve diálogo vivido: 

- Raúl, qué tienes...
- No sé.
- ¿A dónde vas?
- Por ahí Mayerli.
- ¿A dónde?
- Por ahí... por esa puerta.
- ¿Cuál puerta?
- Por esa, no la ves...
- No. Dime tú.
- Raúl (...) contéstame ¿A dónde vas?
- Por ahí, no te preocupes. Luego regreso.
- Raúl, ¿estás bien?
-Sí.
-¡Ya ves cómo eres...!

El placer del pensamiento en la palabra aparece:

“(...) No es la persona del otro la que necesito, es el espacio de goce”.[5] Este deseo es necesario para que irrumpa el lenguaje que conspira como respuesta al pensamiento, es decir, son palabras de deseo intermitentes, sofocadas que aceleradamente en la búsqueda de una salida, generan una puerta imaginaria donde se entretejen y se entre abren para expresar algo. 

Aclaro un poco más, estás frente el espectáculo de la palabra: aparece y desaparece, luego el pensamiento se agita, quiere decir tantas cosas y se desluce; apuesta sobre una estrategia, cae agotado, se reorganiza y finalmente se desplaza en otro sentido. ¡Qué barbaridad;, ¡qué locura! 

Te imaginas: es el sujeto en pleno goce viviendo sus contradicciones aceleradamente. Es una mezcla de agonía y locura refugiadas en la esperanza de que se produzca “algo”. Ahí aparece la palabra amotinada y camuflajeando su significado, esperando ser descubierta. 

De esta forma, “(...) para que la muerte no se convierta en la aniquiladora de la conciencia y para que a la muerte en la conciencia (psicosis) no siga la extinción física (suicidio), inmediatamente se ponen en juego los mecanismos de defensa”.[6] El pensamiento errante traducido en palabras de silencio-tal vez debería decir palabras de melancolía-, evita con la huida hada adelante la catástrofe del Yo, el aniquilamiento psicológico o físico del sujeto. 

Es más probable, al paso del tiempo, las palabras se sequen hasta sus huesos y los crujidos producidos hablen de su propia muerte, antes que suceda la muerte de quien habla, el pensamiento. 

Entonces es primero con la aparición del pensamiento -a través de su mecanismos de defensa- y luego con la palabra, como se evita la muerte; por eso pienso que la muerte como limitación del ser, debe ser superada. He descubierto todo este tiempo y en sus noches que en realidad cuando escribo no hago otra cosa que comenzar a vivir eternamente. 

Por eso considero bienvenida la demencia, porque es capaz de ver más allá de lo que todos “miran”, puede viajar de diferente forma en el tiempo y espacio, salirse por “esa puerta” y conspirar a la vez contra el silencio, es decir, delatar los segundos de placer y creación que se avecinan. 

Entonces sucede así: el escritor del placer, renuncia a su goce en tanto que sucumbe ante la obsesión de pronunciar la palabra - dicha o escrita -. La palabra producida en - es - un acto amoroso, es la expresión más fiel de la renunciación al goce de quien escribe. Por eso diría Roland Barthes de que existen textos de placer; pero también debemos reconocer que “Una de las experiencias más dolorosas para el hombre - quizá la más dolorosa-es la separación definitiva de aquello a quien quiere más”.[7], su palabra. 

Pero qué sucede cuando hay algún desvío: “(...) la separación amorosa y la muerte son cómplices; la primera se nos presenta como precursora y símbolo de la última. Estudiar la separación amorosa significa estudiar la presencia de la muerte en nuestra vida”.[8] 

El placer de la palabra escrita. 

¿El lugar más erótico de un cuerpo no está acaso allí donde la vestimenta se abre? Roland Barthes. 

Me pregunto, ¿a qué se debe que el lector también sienta ese extraño placer cuando recorre las palabras ya escritas o dichas, sin ser él quien las produce? Corrijo, ¿es el lector quien al leer, produce mediante otro acto amoroso un nuevo texto de placer? 

La respuesta es cuando sucede lo primero ya sea como escritor o lector (el acto amoroso), podríamos decir nos salva en los momentos de la catástrofe del Yo. 

Hasta aquí, podríamos decir a manera de síntesis, se crean y recrean los circuitos dialécticos del placer de la palabra escrita: la palabra es amor y desamor; texto y pretexto; texto y nuevo texto; es lector que se reconoce finalmente autor; muerte de la conciencia y “huida hacia delante”, es deseo y placer, amor y desprendimiento que termina en muerte desde la vida misma; goce y desprendimiento; es expresión pero también ocultamiento; es mensaje y meta- mensaje; es locura y búsqueda; mirada abierta e intimidad ficticia; delirio y razón; es silencio y conspiración; pensamiento y lenguaje; agonía y esperanza; es palabra pensada y palabra dicha; es camuflaje y exilio; expresa lo marginal y lo aceptado; es melancolía y fuga; es vida , muerte y eternidad; es en una palabra, todos los rostros de la palabra. Es, el espejo de la palabra. 

Escribir y ser. 

“La tarea viene a ser una tarea del pensar, es decir, la posibilidad de ser sujeto filosofante”. Ángel Gabilondo. 

Ya han pasado varios días, meses, se empiezan a sumar los años desde que inicié este escrito; y véanme aquí, en la oscuridad, en medio de esta danza de tantas palabras sin saber utilizarlas inteligentemente para poder decir “algo” que valga la pena ser comunicable, y que como herencia imborrable acompañe a tos míos todo este tiempo eterno que estaremos lejos. Si acaso solamente con ellos, mi palabra como prenda y fiel testigo de existencia, si acaso. 

Véame irónicamente leyendo estas notas sin tener claro en realidad qué quería decir, atrapado y convertido en victima (al igual que el lector) de mis propias palabras. 

Ha transcurrido ya poco más de dos años y en este tiempo he tratado de recrear estas líneas. Conspiración contra el silencio representa un escenario improvisado - no por ello deja de ser mágico-, donde la palabra impidió y ha impedido sucumbir, como quien muere a quemarropa. 

Así es la palabra, se manifiesta y ya, expuesta siempre, criticada siempre, ausente siempre de una vana comprensión. Es la palabra como mediadora de nuestro ser y estar en el mundo. Es la palabra que se desplaza a un segundo plano en tanto que emerge la intimidad del sujeto. Es el sujeto que expresa su pensamiento y lenguaje; que convierte al buen lector - parafraseando a Ángel Gabilondo- en “sujeto filosofante[9] a quien se le hereda como principal desafío pensar la palabra del otro y descubrir su propia palabra y con ello descubrirse a sí mismo. 

Gracias al sujeto filosofante, la palabra vuelve a salir airosa renovando el simulacro del escenario, es decir, la palabra no tiene valor en si misma, sino que sirve como condición básica para pasar de lector en lector que sólo cuenta con su placer y navega hacia su condición irrenunciable de sujeto filosofante. Quizá desde este ángulo debí haber comenzado a escribir este texto: la palabra es bella en tanto condición básica de que exista un sujeto amoroso - filosofante, ya sea en el papel de productor o de lector de ella. 

La palabra como ornamento y refugio. 

“(...) las letras entre las cosas prósperas son ornamento y entre las adversas, refugio”. Ernesto de la Torre Villar. 

Tal vez tengan razón todos los que se han expresado históricamente antes que yo, que en el juego de la palabra, no hay nada que arrebatarle a la palabra. La palabra se muestra y se esconde. Es deseo y desencanto. Sapiensa mágica e ignorancia huidiza. Así nada más. 

La palabra es promesa y desencanto a la vez. La palabra no es lo que expresa, más bien, lo que oculta. La palabra escrita es danza de posibles pensamientos que coinciden en uno o varios surcos. 

Tal vez tengan razón, de la palabra dicha, hay que decir todavía mucho, de la pensada hay que buscarla en las noches, de la pronunciada decirla y escribirla con un nuevo significado. 

Conspirar contra el silencio, es buscar quién es uno en medio de tantas palabras que se han pronunciado todos este tiempo; de lo contrario seremos, irremediablemente seremos servidumbre[10] que se instala pasivamente, y que por tanto, acepta el régimen de esclavitud de tantas palabras dichas, de actos y efectos ocultos en circuitos dispuestos a subyugar el pensamiento y mutilarlo. Por el contrario, pensar en la palabra, equivale a festejar al pensamiento y su acto creador. 

Tal vez si experimentará dormir un poco, podría descubrir qué hay más allá de todas estas palabras que mediatizan nuestras vidas, de los significados que tienen, de palabras pronunciadas como las mejores y más explicativas, las más “emancipadoras” y que sin embargo, si se analizan con profundidad, poseen una especie de antifaz no en el rostro sino en su pensamiento y sus ideas, no sobre la carne sino tatuada en la carne, pero además, invisible, latente y aleatorio dispuesto siempre a subvertir cualquier indicio que ponga en peligro el status quo de ella o del régimen que sostiene y reproducen. Estas palabras, en el fondo representan un pensamiento abiertamente o sutilmente opresivo y represivo dispuesto a permanecer eternamente, es la expresión más nítida de la servidumbre voluntaria, ya en su papel de guardián del impe­rio, ya por las cadenas que lo unen al poder, ya por el embrujo o ceguera que lo conducen irremediablemente a un estado de alienación; esta visión de poder, lanza su red y exige al pensamiento cuestionante y creador, se enfile y se conduzca por los códigos y senderos dispuestos para todos. Para él no hay bordes ni fisuras, menos fracturas. Quizás algún día, desde otro espacio logre arrancarle a la vida algunos significados de este misterio humano. 

Posiblemente mañana me mire en los ojos de la palabra, en su reflejo, y entonces encuentre lo que he estado buscando todos estos años acumulados irremediablemente al calor de tantas batallas, luchas y derrotas del pensamiento ante todas esas máscaras que han caído deslizándose una a una, y otras más que permanecen alrededor de mi como escudos de palabras y caras, de cuerpos y seres, de ideas y regímenes enteros que sirven - a la vez - como nuevos escudos y rostros ocultos del verdadero significado de la palabra. 

La palabra como honor y el deshonor de la palabra. 

“La virtud de una cosa es relativa a la causa que le es propia. Hay tres cosas en el alma que controlan la acción y la verdad: la sensación, la razón y el deseo (...)”. Aristóteles. 

Ya comenté que la muerte del lenguaje se da en términos de límite y centro que el sujeto le impone al pronunciar el discurso y reproducir mecánicamente con la memoria y exigirlo a los demás; se instala, así, la suerte de un gran dispositivo de poder que atrapa al ser portador de palabras que muchos otros han referido, todo este tiempo. Sin embargo, la muerte del lenguaje no radica únicamente ahí. 

La muerte del lenguaje en nuestro tiempo - esto por supuesto no exclusivo de nuestra época- le viene de la deshonra de la palabra. ¿Qué quiere decir esto?, ¿en qué consiste tal deshonra?: 

La nuestra es una Era donde se atisban -con palabras y actos- la insensatez humana. 

El nuestro es tiempo de sociedades post- industriales que produjeron y viven en la abundancia, se ha señalado insistentemente, que nuestro modo de vida sobrevalora los bienes materiales más que los espirituales, incluyendo la vida entera. Es la nuestra, época de consumismo extremo que paradógicamente convive con una cruel miseria encarnada en un jinete apocalíptico, el cual cabalga inmisericorde y se multiplica por el mundo, y corta de tajo como mala yerba a niños, ancianos y mujeres. Por supuesto, el hombre, no muere masivamente de hambre, no muere en millones en la fábrica, o de enfermedades, muere a manos de la tecnología, más bien, muere a manos de la tecnología de guerra. 

El nuestro también es tiempo de vértigo, donde anida la supremacía del “presente” y la visión distópica del futuro; tiempo de relación humanas express, frágiles instantáneas como el mismo “vértigo” que impone la tecnología y su digitalización a nuestras vidas. Algunos autores señalan que el mundo superindustrial actual deberá aprender una máxima fundamental sobre la nueva forma de vida que hemos construido: las relaciones que establece el hombre con las cosas son cada vez más menos temporales. Esta tendencia a la no-permanencia en el tiempo, se manifiesta incluso en el tipo de arquitectura que practicamos, es decir, caen calles y ciudades enteras para levantar otras nuevas a velocidades de increíble. 

Nuestras sociedades y, en particular la superindustrial, se construye bajo un concepto muy peculiar de tiempo y de arquitectura. Comparece al respecto -por ejemplo- con las estructuras de las ciudades romanas, egipcias, aztecas, su cultura, visión de la historia y del mundo. Pareciera, entonces que el hombre actual, construye ciudades enteras para no permanecer en la historia. 

Se comenta también que asistimos a un tiempo signado por el estilo de vida light, del no compromiso duradero, de pasarla sobre todo “bien”; que es la época del “sin sentido” o “pérdida de sentido” que inspiró a Lipovestky para señalar la “Era del vacío”. En esta Era, la palabra se hace volátil, es fugaz, desaparece casi instantáneamente. 

El honor de la palabra sostenida con actos congruentes en una Era como la nuestra, es simple y sencillamente parte de un pensamiento absurdo. Por el contrario, vivimos y reproducimos un tiempo donde mentirse desliza fácil y constantemente hacía la verdad aparente. La mentira es parte del camuflage de la persona, es decir, vivimos constantemente en el anonimato y necesitamos constantemente de él como una especie de escudo protector, y a él recurrimos para justificar no acciones, sino sistemas de actitudes en nuestra vida. Peter McLaren citando a Claude Cahun (Lucy Schowob) señalaría “Bajo esa máscara, otra máscara. No terminaré nunca de descubrir todos esos rostros”.[11] 

La gente exclama ¡el mundo se ha vuelto loco!, es decir, el honor y la palabra honor, sucumben ante los actores que gobiernan el mundo y los sistemas de vida que estos imponen a grandes multitudes en pueblos y naciones enteras. 

No te preocupes, todos somos rehenes de estos regímenes; ¿o... acaso no te sentiste así el 11 de septiembre? No te mentías una y otra vez pensando que todo estaba bien y que todo estaba distante y nada sucedería; y con esa mentirá hemos soportado días difíciles de nuestra existencia en esta incomprensión del mundo. 

Dice Ikram Antaki que “(...) El honor viene del latín Hornos, nombre de un dios de la guerra que daba a los militares la valentía para el combate.[12] 

Se nos olvida, o hay que recordar, que el honor surge como resultado de todo encuentro. 

Señala acertadamente la autora que “La libertad de decisión es la condición primera del honor (...)”. Por lo tanto, si el honor antecede a la libertad, es eje de intercambio en todo encuentro.[13] 

Aunque la palabra honor tiene significados diversos de acuerdo a las sociedades y su evolución, hay coincidencia que el honor es un valor que expresa una idea moral: quien pretende el honor se dice, logra reputación, y ante su falta, es despreciable. 

El honor es conducta honorable; quien da su palabra, compromete su honor y lealtad de lo que dice y sostiene. Por tanto, es una especie de juramento intrínseco que da confianza. Su conducta ejemplar, lo enaltece porque lo qué es y dice, responde con sus actos. 

De esta forma, el honor compromete hacer lo que se debe; es virtud; linaje, código inviolable de su sistema de valores -por qué no decirlo-heredado de su familia; por eso quien falta a su palabra o su palabra camina hacia rumbos distintos de sus actos, no tiene honor y pone entredicho a su familia entera. 

Ikram Antaki comenta “(...) vergonzoso, es un acto que implica la pérdida de la autonomía personal, es decir, la negación de su honor, aquellos que quedan reducidos a la mendicidad (...), es decir, al don no devuelto (...). Esto produce relaciones frágiles, distantes, o alianzas superfluas”.[14] 

En nuestros días, el lenguaje se ha convertido en repetición y recurrencia, su muerte sucede a cada instante, la palabra muere a cada momento a quemarropa, hay permanentemente ausencia de sujetos filosofantes, que escudriñe en las zonas solamente abiertas al deseo, “la voluntad de la verdad”.[15] 

La muerte masiva del lenguaje originada por falta de imaginación de los sujetos, le acompaña con otra muerte, la de la permanente deshonra de la palabra, palabra hueca que una vez pronunciada se dirige hacia lugares distintos de sus actos. 

De la inmortalidad del escritor y de la palabra bella. 

“Les dejaré una cosa el día último, la cosa más inútil y más amada de mí mismo, lo que soy y se mueve, inmóvil para entonces, rota definitivamente (...) les dejaré (...) una palabra (...) la que no he dicho aquí (...)”. Jaime Sabines. 

Michel Foucault para explicar el sentido del lenguaje al infinito o la inmortalización del lenguaje, esto es, la presencia del habla repetida en la escritura, alude como ejemplo que “Borges cuenta la historia del escritor condenado al que Dios concede, en el momento mismo en que se le fusila, un año de supervivencia para acabar la obra comenzada; esa obra suspendida en el paréntesis de la muerte es un drama donde precisamente todo se repite, recuperando el final (que queda por escribir) palabra por palabra el comienzo (ya escrito), pero con el objeto de mostrar que el personaje que uno conoce y que habla tras las primeras escenas no es él, sino aquél que se toma por él; y en la inminencia de la muerte, durante el año que dura el deslizamiento sobre su mejilla de una gota de lluvia, la difuminación del humo del último cigarrillo, Hadik escribe, pero con las palabras que nadie podrá leer, ni siquiera Dios, el gran laberinto invisible de la repetición, el lenguaje se desdobla y se hace espejo de si mismo. Y cuando ha sido encontrado el último epíteto (sin duda era también el primero puesto que el drama vuelve a comenzar) la descarga de los fusiles, habiendo partido menos de un segundo antes, hiela su silencio en el pecho”.[16]

 Historia de la palabra. 

“Más de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable (...) Que nos dejen en paz cuando se trata de escribir)”. Michel Foucault. 

Hablar de la aparición de la palabra escrita, es remontarse a largos milenios de existencia; una de sus fuentes, sin duda, es poder de comunicación del hombre ante la necesidad de describir el mundo a partir de grandes explicaciones cosmogológicas y metafísicas, pasando desde un pensamiento rudimentario hasta el desarrollo y uso de la ciencia. Ernesto de la Torre Villar señala que “(...) el saber humano se constituyó a través del lenguaje”[17]. Así mismo, en Mesopotamia los escribanos hicieron de su empleo una profesión especializada. 

Los escribas en la antigüedad eran miles y ocupaban posiciones privilegiadas en la administración pública de los pueblos; a tal grado que, por ejemplo, en la escritura egipcia constituían una élite no vinculada con la idea de bienes económicos, sino con la inteligencia y el carácter. 

Al irse reafirmando la escritura entre los pueblos del mundo, nos comenta De la Torre, que se realizó una división entre civilizaciones escritúrales y no escritúrales, y en el caso de los pueblos indoeuropeos, algunos de ellos fueron llamados bárbaros como a los germanos y los partos al no dominar esta actividad.[18] 

Una cultura excepcional es sin duda la griega, quien acumuló la experiencia histórica de otros pueblos y llegaron a momentos importantes de perfección. Refiere De la Torre al citar a Andró Varagnac que “(...) los fenicios fueron los primeros en descubrir en la escritura su profundo sentido, en poner de relieve las inmensas consecuencias espirituales de esa reflexión y esa técnica lógica (...)”[19] 

Con el paso del tiempo, la escritura se convirtió en un espacio para las ideas, y por tanto, influyó en la intelectualización de la cultura. 

Reseña De la Torre que “El libro, apareció según los eruditos al comienzo de la época alejandrina, esto es, hacia la primera mitad del siglo III A.C., ya como algo usual que había penetrado en la vida de los pueblos cultos y se había vuelto indispensable, (...) gozó (...) de gran prestigio (...)”.[20] 

Un gobernante de aquellos tiempos, Egidio Romano comentó que todo “(...) rey debe asegurar que en su reino florezcan el estudio y las letras, que haya sabios e ingenio, para que sus súbditos no se encuentren en las tinieblas de la ignorancia”.[21] 

Por otro lado, la importancia de la palabra ya como biblioteca fue apoyada por los[22] gobernantes, así también el cultivo de las ciencias y las artes. De esta forma, anhelos de filósofos como Platón plasmados en la República se cumplieron cuando señalaba que los gobernantes deben gobernar conforme a la ley divina y, una buena y recta razón. 

Sin embargo, sería hasta el siglo XV, tiempo en que el libro se multiplicaría a través de medios mecánicos y llegaría a núcleos sectores más amplios de los pueblos. “(...) Una auténtica revolución cultural representó la invención de la imprenta por Gutenberg (...)”. Italia, en 1464; en Roma, 1467;
 
Venecia, 1469; París, 1470; Londres, 1474; España, después de 1470, Barcelona, 1471. En Europa - dice De la Torre - es donde caerá en manos de los burgueses (los ricos de aquella época) y, tendrá mayor difusión y aplicación en cada vez más variados campos.
 
Finalmente señala De la Torre que “(...) Sabemos que antes de 1560 se imprimió más de un millón de ejemplares la Biblia de Lutero y que el Book of Common Prayer en Inglaterra corrió por todas las manos, contribuyendo no sólo al aumento de los grupos letrados, sino a la unificación lingüística (...). Para América el impulso del libro y luego la aparición de la imprenta, permitió un papel más unificador de la lengua”.[23]
 
Así como el libro a través de la historia diferenció entre pueblos bárbaros y civilizados, entre escribanos y no escribanos, entre una élite intelectual y una que sólo poseía dinero; entre productores de saber y comercializadores de él; entre la xenografía e imprenta; entre una libro y una biblioteca, entre una palabra y una lengua; entre la ciencia y la no-ciencia; como símbolo y motor de progreso entre quienes difundieron libros y quienes los ocultaron o incluso los quemaron, entre quienes hacen la historia y quienes la escriben, narran y ocultan pasajes de ella. Así, también, la palabra como discurso - escrito o pronunciado- nos enseña Foucault: históricamente se ha expuesto a momentos de lucha, para ello se han instalado procedimientos de exclusión como lo prohibido (sexualidad y política), separación y rechazo (razón - locura), oposición (falso - verdadero), que controlan la terrible materialidad del discurso pronunciado o escrito.
 
¿De dónde salieron tantas palabras?

“Te lo voy a decir aunque tendrás que guardarlo en secreto por un tiempo. Sabes, así como el cielo en el día cambia de colores y en la noche se llena de estrellas diferentes, unas fijas y otras que chocan con la atmósfera; así cambio yo en mis días y en mis noches, en las muertes de mis días y en los nacimientos de mis noches, nacimiento también de mí mismo, pues la luz del día me trastorna y deja ciego (...)”. Joaquín Xirau.

La lucha - política, cultura o ideológica -de la palabra, se debe en parte al estatus sociopolitico que tienen ciertas palabras y sus significados ya en forma de lenguajes o discursos (escritos o pronunciados).
 
Hay palabras de dominación, las hay de contingencia, de disidencia, de resistencia, de sublevación, de lucha, de transformación, de utopía y distopía, de utopía vergonzosa y de posibilidad, las hay radicales. Por cierto, no hay olvidar aquellas que se visten de revolucionarias y confunden como amplios circuitos de control dispuestos socialmente para coptar la mente. Si olvidas esto, sencillamente te atrapa.
 
¿De dónde salieron tantas palabras? ¿Será que estamos tan confundidos porque las palabras, el viento las revuelve misteriosamente y en una suerte de azar las tomamos sin reparo alguno? ¿Será obra del pensamiento y de las diferencias que hay entre los hombres y los sistemas en que fincan sus creencias? ¿Por qué ante una palabra de dominación dicha, se levantan casi en un mismo acto, una multitud de palabras de resistencia? ¿Por qué allí donde surge una palabra de resistencia es combatida y trata de ser callada por palabras de dominación? ¿Y por qué, le pregunto al pensamiento, hay palabras que son perseguidas, psiquiatrizadas o criminalizadas? ¿Por qué cuando las palabras de dominación no pueden callar a las que se le resisten deben ser olvidadas, desaparecidas o sepultadas, mitificadas? ¿A dónde van todas esas palabras? ¿Cómo es que las palabras de resistencia - dichos por otros no sólo durante años o décadas, sino inclusive en siglos enteros-, encuentran en la historia, diríamos casi mágica o enigmática, nuevas voces que refuercen con nuevos sentidos sus significados, sean también reinventadas y se pronuncien, sean a la vez prohibidas y temidas por su fuerte consistencia y resonancia social?
 
No sé. Quizá desde las sombras -o la luz dicen otros- se vean más transparentes los actos de los hombres, tal vez desde allí (como Foucault recurriendo a Borges para hablar de la inmortalidad del escritor), la palabra ante la irremediable condena de muerte del escritor, se inmortalice como un acto de fe, en que yo escritor de Conspiración contra el silencio, exclame angustiado: ¡tal vez no han bastado todas estas noches y sus días para conocer los encantos de la palabra!; no sería suficiente mi vida entera para descubrir los secretos que guarda la palabra y, quizá, sea necesario dejar al cuerpo se transmute enteramente en espíritu (errante) para que la palabra me permita verla y por vez primera, pueda saber un poco más acerca de lo que me quisieron decir esos rostros de tantas palabras ocultas, abortadas, pronunciadas, de silencio, de murmullo, camuflajeadas, mutiladas, moribundas; quizá algunas de ellas a las he conocido todavía inocentes, y por lo tanto, sean las únicas que hayan valido la pena en mi vida, las que me llevo, y que las designo desde ahora inmortales para continuar esta artesanía de la palabra más allá de lo que equivocadamente hemos llamado “vida”.
 
Octavio Paz se pregunta “(...) ¿Morir será volver allá, a la vida antes de la vida? ¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse? ¿Morir será dejar de ser y, definitivamente, estar? ¿Quizá la muerte sea la vida verdadera? ¿Quizá nacer ser morir y morir, nacer? Nada sabemos.”[24] Tal vez ahora entienda aquella frase “En esta vida no, pero tal vez en la otra, sí”.
 
Ante el umbral de la desaparición de la palabra.

“Soy hombre: duro poco. Y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba:las estrellas escriben. Sin entender, comprendo: También soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea”. Octavio Paz.

La palabra emigró, se esfumó, desapareció. Así nada más, no nos pide permiso, ni para llegar, menos para irse, su condición de libertad y autonomía - de rebeldía inclusive- estriba en que es expresión del pensamiento, por tanto incontrolable e impredecible.
 
La palabra nos abandona en una suerte de antítesis, como si el pensamiento se cobrara la conspiración que ha realizado la palabra. Ésta, se asoma, se desliza y desaparece. Por su parte, el pensamiento requeriría la cita única de miles de condiciones conscientes e inconscientes, de efectos de placer extraños que rodean y embargan (desafortunadamente únicos e irrepetibles) para sostener en un tiempo, su lucidez y búsqueda de conspiración contra el silencio. ¡Qué haré yo todo este tiempo sin la palabra bella!
 
No hay ya motivo para continuar buscando en el intersticio de la realidad -¿o de la locura?-; la desaparición de la palabra, porque su búsqueda coincidió con el tiempo de las grandes pérdidas: La muerte “Semejante a la sombra de Dios circula entre nosotros imponderable y fecunda (...)”[25], vino del norte: aunque por la espalda, le extendió su mano al primo; luego abrazó muy fuerte al padre y casi inmediatamente calló el dolor de la sobrina.
 
En ese tiempo, también desapareció Colombia, y experimente cómo se aproximaba una rara especie de agonía, de soledad; porque el viento se la lleva no sé dónde, y por más que le pregunto por ella al amanecer, al sol, o en la noche a la luna... me vence el sueño, quedo dormido, mudo, o simplemente, solo con todas estas palabras que le he querido decir sin la prisa con que se la lleva el viento.
 
Así como algunos sostienen que la muerte tarde o temprano por todas las puertas pasa, de lo único que sí estoy cierto, que por la puerta de la palabra bella, la muerte no pasa.
 
Hay que continuar - diría Foucault-mientas haya palabras que pronunciar, exponerse a ella y envolverse en sus significados. Si acaso por dignidad humana, el pensamiento -filosofante- como única defensa ante tantas palabras dichas.
 
Me pregunto: ¿Qué haré sin la palabra bella y con la presencia ya de tantas sombras de palabras dichas? ¿Qué será de mí sin ese pensamiento que me arroja abruptamente a un encadenamiento de preguntas, reflexiones y desnuda lo que realmente soy? ¿De qué palabras asirme ahora para continuar hablando? ¿Cómo saber si no he estado atrapado todo este tiempo en miles de palabras pronunciadas? Me pregunto: ¿Cuántos lectores han cruzado el umbral de la advertencia con que inicio este texto, y no se reflejaron ya en el espejo de la palabra, y quizá, sean buscadores de ella? ¿Existirá allá en medio de tantas palabras dichas, una esperanza para la palabra bella?
 
Y digo, así como la muerte entró por el norte y La Vida viene del Sur; así como la palabra nos abandona, como una suerte de antítesis en donde el pensamiento se cobra la conspiración ocasionada por la palabra; así, mañana, el pensamiento irremediablemente volverá a ella. No es augurio ¡sí realidad!
 
Es ya tiempo de partir, a lo lejos se escucha el sonido de tantas palabras dichas, su ruido me ensordece y abruma como una especie de preámbulo, es la señal que marca el momento de partida; el síntoma es, un pensamiento que palidece y detrás de él, /o sombra de la palabra se esconde. La causa, una palabra extranjera que irrumpen una tras otra como fuerte martilleo, palabra aguda que me enfrenta a lo que pienso y hago; es espíritu perturbador,[26] insurrecto, rebelde; la palabra bella viene del Sur, viene de Colombia.
 
[Estado de México madrugada del 27 de Agosto de 2002].
 
 
Fuentes consultadas.
 
ARISTÓTELES, Ética Nicomaquea, Editores Mexicanos Unidos, 2002.
BARTHES, Roland. El placer del texto y lección inaugural de la Cátedra de Semiología Literaria del College Francés. 8a ed., Siglo XXI,1989.
CASTAÑEDA, Carlos. Una realidad aparte. Nuevas conversaciones con Don Juan. 12a reimpresión, Fondo de Cultura Económica, 1999.
DE LABÓETIE, Esteban. £”/ discurso de la servidumbre voluntaria, mimeo.
DE LA TORRE Villar, Ernesto. Breve historia del libro en México. UNAM, 1999.
DE ROTERDAM, Erasmo. Elogio a la locura. 4a ed., Editores Mexicanos Unidos, 1992.
FREIRÉ, Paulo. Pedagogía crítica y cultura depredadora. Políticas de oposición en la Era posmoderna. Paidós, 2000.
 ________ , La importancia de leer y el proceso de liberación, 20a ed., Siglo XXI, 1998.
FOUCAULT, Michel. Lenguaje y literatura. Paidós, 1996.
___________ , E/ orden del discurso, y. ed., Tusquets editores, 1987.
__________, La arqueología del saber. Siglo XX, 11a ed., 1985.
PAZ, Octavio. El peregrino en su patria. Historia y política de México. Obras completas, Fondo de Cultura Económica, 1994.
PELLICER, Carlos. Antología poética. Fondo de Cultura Económica, 2a ed., 2002.
YALOM, Irvin D. El día que Nietzsche lloró, Emecé Editores, 1995.

[1] El término “parientes intelectuales” fue usado por Paulo Freiré al escribir el prólogo de la obra Pedagogía critica y cultura depredadora. Políticas de oposición en la Era posmoderna.  Al referirse al término. Freire señala: “Durante tanto tiempo y, como fruto de mis experiencias personales, he estado autoconvencido de la existencia de lo que me he acostumbrado a llamar “parientes intelectuales” entre personas que de otra forma serían extrañas entre sí; ya que no tienen ninguna relación de sangre. “El parentesco intelectual” -referido a la similitud en la forma de analizar, comprender y valorar los hechos- también incluye disparidades e incoherencias.
 
Me refiero a esa misteriosa sensación que empieza a “residir” dentro de nosotros cuando, inmediatamente después de conocer a alguien, nos parece como si de algún modo hubiéramos estado siempre atados a él por una fuerte amistad. Es como si el simple hecho de haberse conocido fuese sentido por las dos partes como una especie de deja-vu. Es como si encontrarse con esa persona por primera vez fuesen realidad un encuentro largamente esperado. A veces este parentesco intelectual tiene poca importancia, siendo incluso menos significativo de lo que parecía en un principio; sin embargo otras veces una similitud un poco más fuerte parece aliviar la llama.
[2] Freire, Paulo. La importancia de leer y el proceso de liberación. p.83.
[3] Foucault, Michel. De lenguaje y literatura, Paidós p.143.
[4] Ibíd., p. 21.
[5] Barthes, Roland. El placer del texto y lección inaugural, p. 12.
[6] Caruso, Igor. La separación de los amantes p. 20.
[7] Ibidem. pág. 5
[8] Ídem.
[9] Foucault, Michel. Lenguaje y literatura, p. 37.
[10] ¿Cómo se instala esta servidumbre no solo en las palabras sino en tos pensamientos y actos de tos hombres? Esteban De Laböetie explica algunas condiciones (primera razón de tres) de la servidumbre voluntaria: “(...) Los hombres nacidos bajo el yugo, y alimentados y criados en la servidumbre, se contentan de vivir como nacieron, y para nada piensan que pueden tener otros bienes u otros derechos distintos de aquellos con los cuales vinieron al mundo; esos hombres toman por natural, la situación en que nacieron (...). Así, la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre”.
 
“(...) Así, el tirano reduce a servidumbre a unos súbditos por medio de otros es guardado por aquellos que si algo valiesen, deberían, y, suele decirse, para partir el leño hace cuñas con el mismo (...)”.
 
Es preciso que no sólo hagan lo que él dice sino que piensen lo que el quiere y, con frecuencia, para satisfacerlo, que adivinen aun de antemano sus pensamientos. No basta con que lo obedezcan, es necesario que se rompan, que se atormenten, que se maten trabajando en los asuntos de él y luego, que se complazcan sus placeres, que abandonen los propios gustos por los suyos, que refuercen el propio temperamento, que se despojen de la propia naturaleza: es necesario que cuiden sus palabras, su voz, sus gestos y sus ojos, que no tengan ojo, ni pie, ni mano, que todo esté al acecho para espiar sus deseos y para descubrir sus pensamientos (...)”, en El discurso de la servidumbre voluntaria, p. 21
[11] McLaren, Peter. Pedagogía crítica y cultura depredadora. Políticas de oposición en una Era posmoderna. p. 2
[12] Antaki, Ikram. Temas morales, p. 200.
[13] Ibidem, p.119.
[14] Ibíd, p.201.
[15] Foucault, Michel. El orden del discurso, p. 16
[16] Michel Foucault. De lenguaje y literatura, pp. 145-146.
[17] De la Torre Villar, Ernesto, Breve historia del libro en México, p. 23.
[18] Ibídem, p.26.
[19] ídem.
[20] Ibidem, p. 28.
[21] ídem.
[22] Ibidem. p. 29.
[23] Ibidem. p.30.
[24] Paz, Octavio. Ei peregrino en su patria. Historia y política de México. Obras completas, p. 179.
[25] Pellicer, Carlos. Primera antología poética, p.26.
[26] Coincido con Paulo Freiré en su idea de que existen los “parientes intelectuales”, y reafirmo mi afinidad al concepto con la declaración de Friedrich Nietzsche quien refiriéndose a Lou Salomé, joven rusa, de oficio escritora y psicoanalista, comenta “(...) Aunque era hermosa, parecía ser una “alma gemela”, el doble de mi mente. Me entendía, me señalaba nuevas direcciones, me impulsaba, hacia alturas vertiginosas que nunca había tenido el valor de explorar (...)”, en El día que lloró Nietzsche, p. 356.7